Thursday, January 25, 2007

UN CUENTO DEDICADO A MI "VIEJO"

Este cuento me permite homenejear en vida a mi papá, conocido potr todo escobar com "Pepe", el principal responsable de las pequeñas victorias que obtuve en la vida. Como se que van a ser muchas más, porque me queda mucho por vivir, le dedico especialmente la historia que sigue, en la que somos los protagonistas decisivos. Además, me permite recordar un instante mágico de mi existencia, en el que estaba acompañado por los primeros amigos que tuve, los del barrio, los que jugaban a la pelota conmigo en el potrero y en el club "Boca del Tigre", de Escobar.

EL PIBE

Nunca lo había visto con esa actitud a Pepe. El era un tipo tirando a egoísta. De poco andar elogiando. Y eso que sabía mucho. Había jugado algunos partidos en la primera de “Los Matadores” y hasta lo fueron a buscar de Racing , pero Doña Nuncia, la "mamma", dijo:"No!, momentito, que “Pepito” tiene que trabajar". Era lógico!. El fútbol no era el negocio que es hoy. Nadie hacía la diferencia para salvarse después del retiro. Además, el ferrocarril, donde laburaba Pepe, todavía permitía el sueño de la casa propia y la seguridad económica. Eran los tiempos de los Azules y los Colorados, de la colimba que lo dejó pelado y de la guerra civil de la que todavía reniega.
Vos sabés que era bueno? jugaba de wing, era chiquito, escurridizo, rápido y le pegaba con las dos piernas. Yo lo veía en el Círculo Italiano. Salieron campeones dos años seguidos. “Pepe” se cansó de meter centros que terminaron en gol. Tenía una diagonal endiablada. Un día, te lo juro, encaró al insider bien pegadito a la raya y largó el pique. Corrieron a la par hasta la raya de fondo y ahí se paró. El insider buscaba la pelota, mientras “Pepe” se le reía en la cara. Se la había dejado al nueve, y había salido como un cohete. El pobre insider pasó el papelón de su vida. Había corrido la nada. Cuando se avivó, del otro lado de la cancha ya estaban festejando el gol. Así de rápido era “Pepe”. Cuando se enchufaba, te hacía perder de vista la pelota. Como Garrincha...Está bien! Ya se. Ya se que exagero! Yo para que entiendas.
Simpatizante de Boca, hincha del buen fútbol, se dedicó al laburo y el fútbol pasó a ser la excusa para la reunión de amigos. Creció, se hizo hombre, formó una familia a la que le dio todo lo que supo y pudo darle, que fue muchísimo, y pasó por buenas y malas, como todos. Pero yo te quiero contar un capítulo chiquito de esta vida. Porque me produce placer recordarla. Porque yo también lo conozco al “Pibe”, a “Pablito”.
Después de un golpe durísimo que la vida le dio, nació el “Pibe”. Ya tenía una nena preciosa. Pero que hubiera nacido el varón (el primero, después vino Fernando) fue como ideal. Lo hizo crecer feliz, con toda la pureza y el cariño que pudo darle. Mientras se hacía grande, malcríado y caprichoso, se le pegaba cada vez más la redonda. Era flaquito y esmirriado, con el flequillo a lo Carlitos Balá, parecía un fósforo de costado. Dicen que le contaban las costillas desde la otra esquina. Habilidoso, rápido, encarador, nadie era capaz de sacarle la pelota. Sabés como jugaba?! En el club "Los Tigres", esperaban los campeonatos de papi-fútbol para verlo jugar. A veces jugaba con los más grandes, pero igual les pintaba la cara. De afuera, su papá solamente lo miraba a él. Parecía que se veía a si mismo. Bueno, más vale!. Era el Hijo. Para colmo, cuando jugaban en cancha de once, lo ponían de wing!, y le pegaba con las dos y tenía una diagonal que, te lo digo yo que los vi a los dos: era mejor que la de “Pepe”. Y el lo sabía. Por eso quedaba hechizado. Por eso no le sacaba los ojos de encima.
Y ese día, el que yo te digo, en una reunión de familia y amigos, vi por primera vez en mi vida a ese hombre orgulloso de su hijo, con los ojos a punto de reventar, hacer un elogio. Si! Yo no lo podía creer. Mira: nos contó esto:"Me subí a la terraza para decirle que venga a tomar la leche, porque eran las cinco y ya jugaban los grandes. Y yo se lo tengo dicho: no te pongas a jugar con esos mastodontes porque te van a romper las piernas y vos mañana tenés que ir a la escuela. Tienen 17, 18 años. Este recién va a quinto grado! Lo empecé a buscar con el grupito de la '72 y no estaba. Mire por los vestuarios, nada. Miro a los “grandulones” jugando, y este “paparulo” en la cancha. Le grité de todo! y justo le llegaba una pelota. Sabés lo que hizo? le venía alta y la durmió en el pie.Le salió el “Rana”, que mide como dos metros, y dije: chau, me quedé sin hijo. Me quería tirar de cabeza desde la terraza para meterme en el medio! Pero cuando era tarde para el rescate, le dio un besito a la pelota, saltó la pierna del grandote ese, y se la llevó atada al pie. El “Rana” pasó de largo y quedó desparramado en el suelo. De repente le salió el ”Lechón”, que andaba bien y era muy amigo del “Rana”. Imagináte! ahí me quedé sin aliento. Porque el “Lechón” jugaba de fullback, y no lo pasaba nadie. Yo ya no llegaba ni volando. Entonces lo miré al Pibe, y se lo encomendé a Dios y a María Santísima. Al pedo! Si soy ateo! Pero vos sabés que alguno me escuchó igual? Le amagó para afuera, y se le metió al área...En diagonal! El “Lechón”tenía la jeta verde del pasto que tragó. Le quedaba el arquero. El “Tula”. Malo como un bicho. Se agarraba a trompadas hasta por las dudas. No lo quería ni el perro de la vieja. Feo, como un puntinazo en la cara. ¡Pero lo que atajaba! ¡Mamita!. Había que reventarlo a cañonazos para hacerle un gol. ¡Y no va Pablito! Lo esperó y lo miró a los ojos. Al “Tula”! ¡Que te asustaba hasta con una máscara puesta! Con la punta del botín se la pasó de caño pero se le iba larga por el fondo. ¡Igual llegó! El arquero volvió y se repuso. Cuando le achicó el palo, el “Pibe” se la empaló con tres dedos. Pegó en el otro palo y entró. Salió corriendo a gritar el gol. De repente me vio y me señaló. "”!Vení a tomar la leche que te van a matar!", le dije. A los dos minutos estaba en casa. Me preguntó si había visto el gol. "Claro que lo vi! Un golazo. Pero , cuántas veces te dije que no te metas a jugar con los grandes?".
Este Pepe! Un amargo!. Su hijo la rompía en”Los Tigres” en un entrenamiento, y recibía un elogio de compromiso. Pero, en el fondo, Padre e Hijo se entendían. A veces parecían tener una relación lejana. Aunque, en realidad, el uno al otro se conocían como nadie.
Pablito jugó siempre en el club de al lado de la casa, en Los Tigres. Sin embargo, nunca podían salir campeones. Ganaban los "Celestes", que tenían su cancha cerca de la vía. Aunque los padres de los chicos simulaban una rivalidad histórica para darle emoción a las finales. La liga del pueblo empezaba en mayo y terminaba en setiembre u octubre, dependiendo de la cantidad de equipos que se anotaran. En general se jugaba todos contra todos. Pero hubo años en que se jugó por eliminación, que era más embromado, porque podías quedar afuera en tres partidos, y estar 3 meses mirando o jugando amistosos.
En el año 1985, el “Pibe” jugó su último campeonato del pueblo. Nunca, como antes te dije, lo había ganado otro club más que los “Celestes”, que ese año presentaron dos equipos: el A y el B. Uno mejor que el otro. Andaban como violines esos “mocosos”. Para colmo eran grandotes y tenían mejor entrenamiento físico que el resto. Trabajaban en serio todo el año. Tenían ropa de entrenamiento y de partidos: tres juegos de camisetas, pantalones y medias, 23 pelotas de entrenamiento, cancha de once, de papi fútbol y de siete. Preparador físico y director técnico, con sueldo. Tres veces por año jugaban cuadrangulares contra los equipos de la Capital. Una barbaridad. Pero algunos comentaban que tenían un defecto: eran un poquito agrandados y, a veces, soberbios. Y “Pepe”, que sabía más que ninguno, se lo metió con un taladro en la cabeza al Pibe:"-Este año la final la van a jugar ustedes y los “Celestes”. Escucháme bien una cosa: vos sos chiquito y rápido. Ellos son grandotes como el “Rana”, les podés hacer un nudo en las piernas si los encarás. Pisáselas, mostráselas, que se pongan nerviosos. Y tocá, tac, tac, para acá, para allá, volvélos locos, amagáles y tiráselas larga, que te pueden hacer foul, pero la pelota no te la van a sacar. Ah! a las 5 en casa, que tenés que hacer los deberes todavía".
La escuela era la prioridad suprema en la casa. El estudio era sagrado. Y siempre se respetó eso. Porque el “Pibe” nunca tuvo una nota baja. Entonces siempre tenía el permiso para jugar hasta las cinco en el club. A lo mejor, eso es lo que admiró siempre del hijo el "pelado": que siempre le cumplió, como chico, como estudiante. Y que se supo divertir sanamente. Y que, además, le hacía inflar el pecho cada vez que jugaba. Si hasta en la cancha le hacía caso. Mirá como será que le hacía caso, que hoy tiene treinta y cinco años y todavía estudia.
"Los Tigres" tenían un cuadro bastante armadito. El "centrojás", Casaca, era impasable. Además, tenía buen panorama y nunca se desesperaba. Metía las puñaladas que el Pibe corría. El "Tano" era el Fullback. Un tanque. Cuando subía no se le cruzaba nadie. Y en el arco Ariel, el hijo De "Machito", una garantía bajo los tres palos. Pero entrenaban cuando "Bigote", el técnico, no se quedaba a dormir la siesta. Todas las semanas, se nombraba un encargado para llevar la pelota, la única que había para entrenar. Las camisetas se compraban todas más o menos iguales, lo mismo que los pantalones y las medias. Pero la compraba el que podía, porque el club no tenía un “mango” para el fútbol amateur. Los palos de los arcos estaban tan despintados que cuando bajaba el sol ya no se veían. ¡Ni el pasto cortaban! Los que eran chiquitos tenían ventaja: jugaban escondidos entre la maleza. ¡No se veían! Menos mal que, con el paso del tiempo, la cancha se fue pelando en el medio. Entonces dejo de crecer el pasto. Fue una preocupación menos para la comisión.
Eran desventajas muy pronunciadas.Y así arrancó el campeonato, el día de la Patria: 25 de mayo del '85. Se jugaba por eliminación. El primer partido: "Los Tigres" vs. "Deportivo Juan Carlos". En cada cuadradito del alambrado que rodeaba el escenario de juego, había una nariz. La cancha estaba llena porque ese día jugaba el “Pibe”, de wing derecho, con el siete en la espalda que le había cosido Pepe. Se hizo un festín. Le cambiaron 4 veces la marca y no hubo caso. Metió 4 de los 5 goles. Y el otro vino por un centro atrás que tiró él. La gastó de tal manera, que muchos, cuando terminó el partido, veían la pelota más chiquita.
Pasaron la primera ronda de manera impecable: tres jugados , tres ganados, con el goleador del campeonato: Pablito. Estaba jugando como los dioses. De wing, de nueve, de once. En cualquier lugar de la cancha. Alrededor suyo, el equipo estaba bastante bien parado, pero gracias a los padres de los chicos, porque si era por "Bigote", el técnico, solamente podían aprender a dormir. Era tan irresponsable, que le decían que los partidos empezaban dos horas antes para que llegara a horario.
Los “Celestes A y B” arrancaron sin problemas también. Pasaron la primera ronda sin despeinarse y en el grupo de los cuartos de final "Los Tigres" esperaban a uno de ellos. Había que salir primeros entre cuatro para llegar a la final. “Celestes B” fue uno de los integrantes del grupo.
Ya estábamos en Julio. Y el 9, día de la Independencia, se definía. Por diferencia de gol, a “Celestes B” le alcanzaba con el empate para jugar la final con “Celestes A”, que ya se había clasificado. Muchos opinaban que era imposible ganar. Los grandotes no tenían goles en contra y habían metido 25 en dos partidos de cuartos de final. Los Tigres habían ganado bien, pero dependiendo mucho de su wing derecho, el “Pibe” de esta historia.
Para los Celestes B atajaba el ”Bocha”, el mejor de la liga. De fullback, iba “Camerún”, que parecía una cruza entre una gacela y Carl Lewis, pero feo de cara como la gacela. Daba miedo mirarlo hasta de reojo. En el medio jugaba Serrano, que cuando salía a marcar limpio, te mostraba los tapones en la cara. Era como un torito. Los que trababan con él, quedaban descalzos. El 3 era “Jirafa”. Desde que había empezado el campeonato, todavía no lo habían podido pasar. Era el marcador de Pablito. Antes de empezar el partido, se pararon uno al lado del otro: el “Pibe” era del tamaño de una de las piernas del “Jirafa”. ¿Cómo iba a hacer para pasarlo? La palabra justa, la que llenaba la autoestima de ese diablo que tenía la "siete", la tenía siempre “Pepe”: "Pibe: vos sos un tipo valiente en la cancha. Encarálo siempre. Y amagále, porque es grandote, se cae solo. Hacé lo que te digo y hoy ganamos".
A los veinte minutos los pronósticos se cumplían. “Los Tigres” perdían dos a cero y el “Pibe” no habá tenido contacto con la pelota. ¡Claro!. Le pasaba por arriba. No la podía parar. Tan fácil era, que los “Celestes” empezaron a sobrar el partido. Se pusieron a “cancherear”. Lo gastaban al “Pibe”, que parecía un hongo en la cancha. El Tato se reía en el banco:"-¿Tanta historia con el enanito ése? es más livianito que el viento. Che! Serrano! Dale un platito de sopa"-¡...Parece que el Pibe lo escuchó. Y recibió una pelota de un lateral. La primera que tocaba en todo el partido. 27 minutos del primer tiempo. “Pepe” le gritó:"Ahora!". La durmió en el pie, con ”Jirafa” respirándole en la nuca. El Pibe se le paró de frente, y le miró las piernas. La pisó, como le había dichosu papá, y se la cambió de pie. Se la mostró, y a su marcador ya le pareció un chiste. La levantó un poquito y la volvió a pisar. Como venía el partido, todos pensaron que Pablito se había vuelto loco! Lo iban a dejar sin piernas. En la cuarta pisada, "Jirafa" le salió como para pisarle la cabeza, como un toro enceguecido, con la furia de un felino hambriento. Te juro que nos agarramos la cabeza y miramos al cielo. Creéme que justo salió el sol de atrás de una nube cuando el “Pibe”, ese santo, como el más experimentado de los toreros, lo humilló con un caño precioso: el grandote pasó de largo y quedó enredado en el alambrado. Se escuchó en la cancha: ¡Ooooooh! “Tato”, el técnico de ellos, se paró y lo miró a Serrano: "-Parálo como sea-". Y allá fue bufando en busca de esa imitación de Chaplin jugando a la pelota que era el “Pibe”. Se le iba a tirar de atrás con las cuatro patas para adelante cuando nuestro héroe, que lo tenía atrás, se la empaló por arriba del cuerpo, saltando finamente sobre las piernas del mediocampista rival, que se puso el banderín del córner de sombrero del golpe que se dio. Mansamente, y con una sonrisa como gesto supremo de satisfacción, enfrentó el anteúltimo obstáculo entre él, poeta máximo del fútbol infantil de la zona, y el grito sagrado: “Camerún”. Le gritaron: -¡Parado!, ¡parado!-. Pablito le amagó para afuera y se le metió por el vértice del área, como un rayo, por la derecha del ataque...¡En diagonal! “Camerún” quedó sentado en el piso...Mirá: creo que estaba llorando, porque ni lo debe haber visto pasar. Entrando como siete, le quedaba el “Bocha”. “Mano a mano hemos quedado”, se cantaron en la cara. El portero lo esperó achicándole el palo e imaginando el amague. Pero el “Pibe” dejó de hacer sutilezas: le apuntó a la cabeza como para fusilarlo. Y le dio de derecha. El “Bocha”, el mejor de la "72 de toda la zona, el arquero con la única valla invicta del campeonato, se tuvo que agachar porque sino iba derecho a terapia intensiva. La pelota entró por el medio del arco. Fueron unos treinta segundos. ¡La gente se rompía las manos de tanto aplaudir. Había caído el invicto en el arco de ellos, habían pasado al ”Jirafa” por primera vez en el torneo, se había enojado el técnico con Serrano y Camerún seguía sentado en el pasto, desconsolado. Se dio vuelta el partido. Empezaba a cumplirse el vaticinio de “Pepe”, un sabio del fútbol.
Para el segundo tiempo, “Jirafa”, rabioso y con el alambrado dibujado en todo el cuerpo, se cambió de punta. Pero “Pepe”, viejo zorro, con una mirada le dijo a su hijo que vaya de 11, para aprovechar la debilidad de quien lo había marcado en el primer tiempo.
A los tres minutos Pablito recibió la pelota y la bajó armoniosamente con su pecho, pegado a la raya de cal. La pierna del “Jirafa” iba derecho a cortarle la respiración al “Pibe”, que la dominó con la rodilla y tac! se la tocó por arriba. El marcador de punta se comió el banco de suplentes con suplentes, técnico y preparador físico juntos, volcó el agua y mojó al presidente del club que estaba estrenando un traje. Cuentan en el pueblo que fue el último partido que jugó en su vida. Yo te aseguro que, después de esa humillación, no lo vi más. Lo mandaron a patadas a la cancha cuando, en el preciso instante en el que una paloma se posó en el ángulo izquierdo del arco del “Bocha”, sobre el travesaño, cayó una pelota desde el cielo, dirigida con la precisión de un misil, para depositarse, como en una postal, en el lugar marcado por esa mensajera de la paz, que allí se quedó, como admirando el bombazo del pequeño gran puntero izquierdo de “Los Tigres” que había recorrido 20 metros. Le había pegado de aire. El arquero, que estaba adelantado, quería enterrar la cabeza en la tierra. Se había quedado parado. Los hinchas de “Los Tigres” se pellizcaban, no lo podían creer: estaban empatando con los “Celestes”. Y todo, por obra y gracia de los secretos compartidos por “Pepe” y el “Pibe”.
La dignidad de los “Celestes” los llevó a buscar la victoria, porque eran locales. Pero los golpes psicológicos que habían recibido hacían que avanzaran sin ideas.
Faltaban 6 minutos. La perdió el diez de ellos y se la dieron a Pablito en la mitad de la cancha. Le salieron a marcar todos, pero los dejó desparramados por el suelo. Parecía que había caído una bomba en ese lugar de la cancha. Estaban todos tirados. Otro mano a mano con el “Bocha”, que esta vez no espero y le salíó, pero justo el veloz delantero se la acarició larga y le quedó todo el arco para definir y cambiar la historia de los torneos infantiles de la zona de una buena vez. “Bigote” había saltado del banco gritando el desenlace inminente. “Tato” se había tapado la cara, y los papás de los chicos de “Los Tigres” festejaban. Era el pase a la final! El camino al título! Ya sonaban bocinas.”Jirafa” y “Camerún”, desde el suelo, se miraban desconcertados: no sábían ni en que cancha estaban. “Pepe” dejó de mirar a Pablito. Y cuando bajó la vista al pie derecho que estaba a punto de sentenciar a la historia con solo tocar al juguete más lindo que Dios puso sobre la tierra, como dice el “Beto” Alonso, para hacerlo chocar con la red, vio que algo andaba mal: la mano del portero se afirmó del tobillo derecho del “Pibe”, que cayó de cabeza adentro del arco mientras la pelota se iba mansa por la línea de fondo. ¡Penal! gritaron todos. Nadie dudó. Ni Alonso, el referí, que era implacable. Todos se abrazaban y anticipaban un final como pocos. Lógicamente, lo pateó el “Pibe”. Con un buen gusto tan particular, besó a la pelota con su mágico pie derecho, y la depositó contra el palo derecho del arco rival, que se resignó ante tanto talento. La pelota, si hubiera podido, hubiera elegido ser dirigida de esa manera.
Ese chico gritó ese gol muy especialmente: se acercó al alambrado, señaló a su padre, y le tiró un beso. Dicen los que estaban cerca de él que le explotaron los pantalones y la camisa como al increíble Hulk, de como se agrandó. "¡BIEN PIBE!", gritó desaforado.
“Los Tigres” estaban en la final gracias a Pablito y a la comunicación telepática que tenían con “Pepe”. Por eso hablaban unos minutos antes de los partidos. Ese hombre tenía en la cancha a un intérprete de lujo. Nunca había visto jugar al fútbol a un chico tan bien como lo hacía su hijo. En cambio, en la vida, la cosa era diferente. No podía permitir que alguien de su sangre pasara la misma misciadura que él en su juventud. Lo guiaba. Lo aconsejaba. ¡Pero también le hacía pegar unos saltos así de grandes, eh!. Más de un coscorrón se ligó el Pibe por no completar una carpeta o no estudiar para alguna prueba!.
Los unía el fútbol por una cuestión genética. Era el juego que los hacía coincidir en todo. Bastaba que se miraran en un partido para que alguna jugada terminara en gol. Como en la final.
El 16 de Julio se jugaba la final del campeonato de fútbol infantil categoría '72 del pueblo de Belén. Se enfrentaban “Celestes A” contra “Los Tigres”. Cada uno había ganado su grupo. “Los Tigres” venciendo agónicamente a “Celestes B”, arañando, sufriendo. “Celestes A”, por muerte: metieron 32 goles en tres partidos. La idea de "Bigote" fue arrancar el partido teniendo la pelota lejos del arco, confiando en el manejo de “Casaca” y la habilidad del “Pibe”. Era saludable el plan porque no metía al equipo tan atrás, y más considerando que se jugaba contra una máquina de hacer goles que festejaba el título de campeón desde antes que empezara el torneo.
Para ellos atajaba el "Camorra", lo más "buscarroña" de la categoría. Con decirte que ni los compañeros lo querían. Pero era el "Zeus del arco". El "Botija" jugaba de dos, y le decían así porque te afanaba hasta las medias. Como jugador, un duque: no perdía una pelota, no tiraba pelotazos, y no me acuerdo de que alguien, alguna vez, le hubiera ganado un mano a mano. El tres, el marcador de Pablito, era el "Tucumano", que jugaba con el cuchillo entre los dientes, los tapones de punta, y una corona de espinas: transpiraba sangre. Una bestia, con decirte que casi no sabía hablar. Después, arriba, el "Cuca" y el "Alemán" apostaban antes de los partidos haber quien hacía más goles.
El día de la final, curiosamente, en el momento en el que el “Pibe” se acercó al alambrado, su papá no le dijo nada. Se quedó mirando al "Tucumano" y al "Botija", porque hablaban mirando la raya de cal por la que transitaría el “Pibe”. Les prestó toda la atención a ellos. Gesto por gesto, parecía descifrar lo que decían. Asentía con la cabeza, miraba la línea de costado y se acariciaba el mentón, como pensando. "Vení, Pibe", lo llamó misterioso. "Después que empiece el partido, acercáte de vuelta". Intrigado, el fenómeno se fue para la mitad de la cancha, mientras los hinchas le tiraban una catarata de gritos y alabanzas. El fabuloso delantero se sorprendió y miró para los costados. El aplauso era un ruego, una plegaria masiva para terminar con el dominio futbolístico de los “Celestes”. Fanfarrón, saludó para los cuatro costados de la cancha. Respiró hondo, miró fijo a los ojos al “Tucumano”, lo saludó como a un amigo y se ubicó para empezar el partido, a la derecha de su ataque, del lado en el que estaba su sabio consejero. Sabía que de él dependía.
Movieron “Los Tigres”. Pero el primer ataque fue de los “Celestes”: Ariel se tuvo que matar contra un palo para salvar el gol. “Pepe” seguía observando todo. Después del córner de ellos, el mágico número siete miró para el costado, pero nada. Siguió el partido. Los también dirigidos por “Tato” dominaban claramente, peligrosamente te diría. Pero ese día, surgió como un coloso Ariel, el arquerito. Sacó como diez pelotas de gol mientras su equipo no podía cruzar la mitad de la cancha. Junto con la defensa, se encargó de aguantar el "cero". "Casaca" no paraba a nadie, el “Pibe” estaba dibujado, y el "Tano" tenía "chichones"en la cabeza de tanto rechazar centros. Los gritos de "Bigote", que ese día llegó temprano a la cancha, eran deseperados. El equipo no podía salir. Parecía que los pibes tenían plomo en los pies. La suerte, únicamente, se encargaba de mantener el cero a cero. Es que no era una final; era un entrenamiento de los grandotes esos, que parecía que salían campeones de vuelta. Una risa.. Pero había un detalle que nadie observaba, que solamente pudo captar el "ojo clínico" del papá de nuestro genio. Y así, sagaz como nunca, pegó el grito esperado: “¡Vení, Pibe!". Y allá fue, chueco como recién bajado del caballo, ansioso como en cualquier día del niño, a escuchar. "Escucháme bien: el “Tucumano” todavía no cruzó la mitad de la cancha, y el “Botija” se para más atrás que de costumbre. Te van a marcar entre los dos. Dáles el gusto: no juegues de wing. Pero baja a buscar la pelota al medio y encarálos siempre por el medio de los dos. Después, ya sabés". Iban 23 minutos del primer tiempo. Solamente porque todos suponían que Dios era hincha de “Los Tigres”, el partido seguía cero a cero.
Desde el medio del ataque, Pablito ayudó a que el equipo tuviera más la pelota. Le dio aire al mediocampo y andaba lejos de marcas personales. Pero era durísimo jugar ese día. Los grandotes habían reservado todas las patadas permitidas para el siete de los Tigres, que, igual no se achicaba. Así, terminó el primer tiempo. Más parejo, pero sin que los Tigres pudieran patear una sola vez al arco. Pero más aliviados.
Nunca lo había visto preocupado al “Pibe”. Salió para el vestuario mirando el verde césped, como preguntándole: "-¿Vamos a ganar alguna vez el Campeonato? ¿Hay que sufrir tanto para ganar?-".En el vestuario ni habló. Solamente le dijo a Dieguito, el once, que se mueva, que lo ayude a rotar. Los defensores pedían colaboración. El técnico no sabía donde estaba parado. Encima, mientras daba órdenes, se confundía los nombres. Parecía que hablaban 18 sordos en el vestuario. El equipo estaba desesperado. El problema era que no habían podido salir del área en todo el primer tiempo, Ariel se había desparramado como un loco por todo el arco, no habían pateado al arco, y el “Pibe” no había podido resolver una sola jugada.
El segundo tiempo arrancó como había terminado el primero, pero con un agravante: El “Pibe”estaba jugando en el medio, casi de "cinco", llevado por la marca que le hicieron entre el “Tucumano” y el “Botija”. Pero "Casaca" estaba firme, el "tano" se fue 20 metros más adelante, sacó al equipo y se hizo un partido parejo pero sin llegadas, tipo partida de ajedrez. A los dieciocho, miro al costado de la cancha, y estaban, padre e hijo, cara a cara, como si no existiera el alambrado entre ellos, mirándose con cara de "esto es más difícil de lo que yo podía suponer', como pergeñando un gran robo entre viejos socios del delito, buscándole la vuelta al asunto: "-En cualquier momento se desesperan. Están acostumbrados a ganar por goleada. Ya se van a equivocar. Estáte atento, pero buscáles roña-". Cinco minutos después, obediente, recibió a su juguete preferido en el cículo central, tirado a la derecha. La pisó por primera vez en toda la tarde mientras veía como se cruzaban botines entre sus piernas, sentía como le tiraban de la camiseta y aguantaba a los grandotes que le tiraban el cuerpo encima. No me preguntes como hizo, pero cuando de reojo vio que el “Tucumano” se le venía encima con el cuchillo empuñado, pudo levantar la pelota con tres tipos que lo doblaban en tamaño trepados en su espalda, y tiró un sombrero de espaldas, tan serenamente, con tanta dulzura, que nos paramos todos pensando que, ese día, al fútbol estaba jugando un ángel. Los tres marcadores pasaron de largo aterrizando de cabeza en el pasto como si fuera la final olímpica de los cien metros en piscina corta. El “Pibe” se dio vuelta y miró hacia arriba. Entre él y el cielo estaba la pelota en su instante de descenso, deseosa de tomar contacto con su mágico pie derecho, el que mejor la trataba en todo el pueblo, el que sabía lo que ella quería. Pero también sabía que, a su derecha, lo esperaba el primer gran desafío de la tarde: la alocada carrera del “Tucumano”, cuya intención era terminar abruptamente con el poema que estaba escribiendo su rival. ¡Era lógico! Si ni sabía escribir. No podía hacer la letra o ni con un vaso. Había que demostrar una sola cosa: ser capaz de pasarlo. En lo posible, con humillación incluida, para que, como había dicho su padre, se desesperaran lo más rápido posible. El balón se apoyó en el pie derecho para dormirse en él, como hacía Walter Gómez. El “Pibe” se mandó la típica pisada de crack retrocediendo un paso justo en el momento en que el “Tucumano” pasó de largo como una locomotora sin frenos para chocar con dos compañeros, rasparse el traste hasta la carne y quedar acostado en el piso mirando al cielo. Tanta belleza hubo en esa jugada, que tengo que pensar que ese día había ángeles de verdad en la cancha, y que se le tienen que haber reído en la cara al pobre lateral izquierdo. Por primera vez en todo el partido, había tres metros libres para jugar como a él le gustaba. Pero no jugaba contra cualquiera: le salió el “Botija”. Aunque lejos del arco, pasarlo sería quebrar el equilibrio y el temple de los rivales. Y Pablito lo sabía mejor que ningún otro. Allá fue. Pero su marcador no se comió el amague. Lo esperó parado, como le ordenaba su técnico. Se miraron a los ojos frente a frente. Y se escuchó un gritö: ¡"Larga!". Por la izquierda se había mandado "Casaca" como si fuera el último pique de su vida. Cuando el “Botija” se dio vuelta, vio que la pelota, dirigida con todos los mimos que se le pueden hacer por el pie derecho del “Pibe”, estaba en el aire eligiendo caer en el pecho de su compañero, que de volea casi mete el primero. Iban 26 minutos del segundo y Los Tigres pateaban por primera vez al arco, el “Tucumano” y el ”Botija” perdían en la marca combinada al “Pibe” y, como había dicho “Pepe”, los “Celestes” se enloquecieron.
Entonces, el partido ya había quedado para cualquiera. El primero que se equivocaba, perdía. Pero los “Celestes” salieron como locos, desesperados, a ganar. Y dejaron espacios abiertos en el medio que Pablito empezó a ocupar. La pelota ya le llegaba seguido y los padres de Los Tigres se ilusionaban. La cara de “Tato” era un testimonio de lo que estaba pasando: no gesticulaba, y el gesto adusto le marcaba cada una de las arrugas. Pepe no le sacaba los ojos de encima al Pibe, que no podía con su ansiedad. Por momentos, el partido parecía un arco a arco, porque los rechazos cruzaban toda la cancha. En cada cruce, se escuchaba el típico ruido que hacen los huesos cuando cuando chocan: algo así como el sonido de los toc-toc. "Cuca" y el "Alemán" no se explicaban que estuvieran jugando un partido sin hacer goles. “Botija” y el ”Tucumano” reforzaban la marca sobre nuestro héroe, mandando unos metros más atrás al "Chimpa", el "centrojás". El "Tano" sacaba al equipo lo más adelante que podía y "Casaca" corría como nunca en el medio. Así, llegaron al minuto 39. Quedaban 60 segundos y nadie, en “Los Tigres”, quería definir por penales porque "Camorra" era un especialista. Y una señal llegó desde afuera de la cancha. Un hincha de los “Celestes” se acercó a “Pepe” y le preguntó sobrándolo: "-Che, ¿no lo trajiste a jugar al pibe hoy?-". Y se le rió en la cara. Su sagaz interlocutor lo miró al desubicado con la cara más horrible que le vi en mi vida. Ni cuando su hijo llegaba tarde a la casa le ponía esa cara. Entonces le respondió: "-Mirá para adentro de la cancha-". Vos te vas a creer que yo te miento, que soy un exagerado, que vi una película de superhéroes o que me dibujé una historia bajo los efectos de un alucinógeno. Pero en ese preciso instante, después de un rechazo a las nubes de Ariel desde el arco, el "Chimpa" saltó a buscar la pelota y pasó de largo en el momento más inoportuno, en el segundo que marcaría su vida para siempre, porque atrás estaba el ”Pibe”, que con delicadeza bajó la pelota del aire ubicado contra la raya de cal, como wing derecho, con el ”Tucumano” a un metro y medio, relamiéndose y con una regla en la mano, para medirle el tobillo. "-¡Bajalo!-", gritó Tato. Y allá fue el marcador de punta, a buscar su gloria: hacerle foul a Pablito. Faltaba tan poco, que así enfriaban el partido y ganaban en los penales. "-¡Mátalo!", ordenó "Camorra", quien imaginaba un destino que él, en su mente, comparaba con la atajada de Gatti a Vanderley en la final de la Copa Libertadores del '77. "-No pasa, eh!-", aseveró el Botija, como pidiendo a todos los santos no enfrentar al “Pibe”. "-¡Ahora!, la diagonal!", se hizo oír Pepe. El clásico amague para afuera y enganche para adentro hizo pasar de largo al “Tucumano”, que aterrizó contra el alamabrado, justo donde estaba “Pepe” con el gracioso que lo quería gozar, que le dijo al chico: "-Te pasó otra vez, hijo! ¿Qué me hacés?-". Era el padre del “Tucumano”, que se había querido hacer el vivo.
Tantos ojos clavados sobre el “Pibe” y la pelota parecían empujar el desenlace. El siguiente desafío era el “Botija”. El mano a mano más esperado del campeonato. “-Lo deja tirado en el piso-", pronosticaban los hinchas de los Tigres. "-Al Botija le alcanza con poner el cuerpo-", vaticinaban los Celestes. El vértice derecho del área fue el escenario que el destino estableció dictatorialmente para el enfrentamiento del año en el pueblo de Belén. ¿Sabés una cosa? Era el único lugar de la cancha en el que había sol. Ya las sombras habían empalidecido el terreno de juego y comenzaban a despedir el día. ¡Si! creéme! Fue así. Nos paramos todos. “Bigote” se metió en la cancha, el presidente de “Los Tigres” terminaba de fumarse el cuarto paquete de cigarrillos del día, “Pepe”, relajado susurró: "¡Por fin!", los suplentes de “Los Tigres” se tomaron de las manos sabiendo que era ahora o nunca y los de los “Celestes” se arrodillaron en el banco dando la espalda a la cancha. Una lástima. Porque se perdieron el quiebre de cintura que hizo el “Chaplin del fútbol”, una réplica de cualquiera de los que pudo haber hecho "Rojitas". La pelota siguió en su lugar, pero el marcador central hizo un leve giro para afuera, que le alcanzó a Pablito para entrar al área. Pero el “2” pudo rehacerse y se tiró a los pies, jugándose todo. Parecía llegar y terminar con las ilusiones de “Los Tigres” de ganar el campeonato después de 13 años de jugarlo. Algunos se taparon la cara. "No puede ser!", gritaban los Tigres. “Tato” se dio vuelta rumbo al banco de suplentes y dijo: "-¡Listo, a penales!-", seguro de la victoria de su equipo. Pero “Pepe”, por algo, no le sacó los ojos de encima al hijo. "-¡Tenés que llegar!-", fue su último ruego. Con el primer milímetro de su botín derecho, el protagonista de este relato, llegó primero que los tapones para delante de su dignísimo rival, que definitivamente quedaba atrás, desparramado en el suelo y superado, creo, que por primera vez en su vida. Algunos ya habíamos empezado a dejar caer algunas lágrimas y, quizás, dejó de importarnos el desenlace. Porque era emocionante el solo hecho de ver a ese flaquito, chiquitito, chueco, con el pantalón corto que de tan grande que le quedaba parecía largo, con las medias que le llegaban hasta la cintura y la camiseta que le quedaba como buzo de arquero, debatirse en duelo franco, abierto y valiente a los "Panzer" que le tocaba enfrentar en cada partido. Y sin dejar de sonreírse nunca. La alegría que le producía bajar la pelota y tenerla en el pie era la que captábamos todos desde afuera de la cancha. Había que ver la cara de su papá cada vez que jugaba el hijo. No parecía él. Se sonreía todo el tiempo y saludaba todo el mundo. Era el único rato en el que no se lo veía amargo.
Ah! Si! ya en el área le salió "Camorra". Era un arquero extraordinario. Algo así como Chilavert. No le gustaba perder ni al "chin-chón" con la madre. Sin dudas, tenía destino de primera división. Pero tenía que enfrentar al Pibe en el último minuto de la final del campeonato, lo cual no era poca cosa. En esos instantes, dejan de importar los antecedentes. La historia queda abierta con la expectativa de incorporar nuevos héroes a sus páginas. Y así como el "Camorra" era lo mejor del arco, era también bastante agrandado. Y salió demasiado confiado. Dio un paso adelante y se miró los guantes. Apenas levantó la vista, escuchó un griterío ensordecedor. ¡El “Pibe” ya no estaba en frente suyo y se agitaban pañuelos y banderines!. Miró al banco de suplentes y pudo entender lo que pasaba cuando vio a “Tato” pegarle una patada atrás de otra al banco de suplentes. Pablito ya corría cerca de la mitad de la cancha festejando como un loco. ¡Claro! la pelota ya estaba colgando de un ángulo. "Camorra" ni la vio pasar! El “Pibe” ni le había dado tiempo de levantar la vista: le pegó cruzado de zurda al segundo palo.
"-¡BIEN PIBE! ESE ES MI HIJO, CARAJO!- Ese hombre orgulloso de ser padre se quedó ronco una semana de tanto gritar. Con el gol de su nene,”Los Tigres” eran campeones por primera vez. Lo dejó festejar con los compañeros y se fue sonriendo. Pasó por lo del "Gaita", el panadero, y compró las facturas preferidas de su hijo. Llegó a casa. Dio las buenas noticias y prendió la radio. Preparó el baño para la ducha del campeón y dispuso una buena merienda en el centro de la mesa del comedor. Como a las seis regresó Pablito cantando: "-¡Dale Campeón, dale Campeón...!-". Se bañó y, como cada domingo, compartió las facturas y el café con leche con Pepe, su PAPÁ. "-¿Hiciste los deberes?-". "Si, pá. El viernes. No te acordás? Me dijiste que los haga porque sino no me dejabas jugar la final". "-¡Ah! es cierto. Tomá la leche antes de que se enfríe-".
Mirá vos. Me olvidaba. Esto si que no me lo vas a creer, pero te juro que pasó. El “bombazo” del “Pibe” en el gol rebotó en el caño interno del arco que sostiene la red.¿Sabés hacia donde fue el balón? Hacia donde fue el “Pibe” a festejar el gol. Yo lo vi. Soy testigo de eso. La pelota pareció elegir a su dueño, su amo. O su amante.

PABLO. DEDICADO A MI VIEJO.

TANOPERIODISTA

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