"Minucha" es mi abuela materna. Tiene 85 lúcidos años y siempre nos cuenta (a los nietos) anécdotas de su vida. Esta es una pequeña parte de todo lo que sabemos de ella. Esta entrevista estará publicada en "Club Italiano, la revista", de próxima aparición en el mes de marzo. Gracias a Dios, en Escobar, existen todavía cientos de historias como ésta.
“MINUCHA” SANTEUSANIO
Esposa de Vicente Santeusanio, junto a él representan a los pilares de la cocina del Club Italiano. Nació el 12 de enero de 1922, en Canossa Sannitta, en la provincia de Chietti, Italia. La guerra, que había arrasado el campo de su familia, fue la razón que la impulsó a dejar su tierra de origen. Las posibilidades de planear un futuro no se encontraban a disposición de cualquiera en la Italia de posguerra. “-Vicente llegó en el 1948. Fue a Martínez, lugar donde ya vivía uno de sus tíos, Antonio. Enseguida consiguió trabajo, en una empresa textil. A las pocas semanas, también se empleó en la pizzería de su tío, que estaba sobre la Avenida SantaFe. Allí trabajaba los fines de semana-“. Tanto esfuerzo y voluntad por curar la amarga herida producida por una guerra espantosa, tuvieron premio muy poco tiempo después. “- El 22 de diciembre de 1949 llegué a la Argentina con mi hija, “Nina”, que tenía tres años; María, hermana de Vicente, que tenía catorce, y “Mamonna”, la abuela de Vicente, que había mandado la plata para pagar los pasajes. Nos fue a buscar al puerto, en Buenos Aires”.
-¿ Qué recuerdos tiene de Italia?
“- Me acuerdo del trabajo que hacíamos en el campo. Se producía todo lo que la tierra era capaz de dar. Se cultivaban cereales, teníamos viñedos, frutas. También de la escuela, que estaba a un kilómetro de distancia de mi casa. Me gustaba mucho. A veces trabajaba tanto que no podía estudiar, entonces aprovechaba la caminata para leer las lecciones. Siempre me sacaba buenas notas. Pero mi papá, después de terminar cuarto grado, me dijo que no iba a ir más para trabajar la tierra”.
-¿ Fueron directamente a Escobar?
“- Después de pasar la noche en Martínez, vinimos a Escobar. Alquilábamos las quintas de flores que estaban frente a la empresa “Parke Davis”. Adelante estaba el campo de los japoneses, después venían los alemanes, y después la nuestra. Los campos eran de un italiano que se llamaba Zanelli. Vicente era socio de Guido Berardocco. El fenómeno del momento era el cultivo de calas, pero se cultivaban muchas flores, como rosas o claveles-“
-¿ Hasta cuándo estuvieron en ese lugar?
“- En 1952, después del nacimiento de mi segundo hijo, Domingo, nos fuimos de ahí. Alquilamos parte del campo de los Lucatelli, en la calle Mérmoz, a unas diez cuadras de la avenida San Martín. Al lado estaba el campo de Koike. Nos instalamos con mi hermana Armida y su marido, Camerino Lamaletto, y María con su esposo, Pedro Scenna.
-¿ Cómo era la casa?
“- Éramos seis adultos y 5 chicos, Nina, Alberto, Domingo, Camilo y Carlitos. La casa tenía dos dormitorios grandes, la galería y la cocina. El baño estaba a 20 metros de la casa, y enfrente estaba el pozo ,de donde sacábamos el agua, porque en la casa no había cañerías instaladas. Más tarde se agregó una “piecita” y se amplió la galería, donde nos reuníamos todos a comer. Los primeros tiempos fueron difíciles, porque las comodidades eran pocas. Pero nos arreglábamos bien-“.
Sabían que tenían que hacer sacrificios para superar la angustia del desarraigo y la violencia. Eran muchas personas en un lugar pequeño, conviviendo en cada momento del día. No era fácil. Además, en octubre de 1957 llegó desde Italia Lucía, otra hermana de Vicente. Y, unos meses después, arribaba Rosa, hermana de Camerino. ¡Qué despelote!. “- Las discusiones cotidianas eran inevitables. Había que cuidar a los chicos, que se peleaban, y siempre alguno “la ligaba” y otro que se la “llevaba de arriba”. El invierno complicaba las cosas. “- Hace mucho que no veo heladas como las que había antes. Salíamos al campo y pisábamos la “escarcha”. Además, comíamos en la galería, que sólo tenía rejas, era un lugar abierto. Había una mesa grande, pero no había reparo.”
El trabajo en la quinta de flores permitió acomodar la situación y volver a tener esperanzas en el futuro. Pero también provocó grandes disgustos. “- En invierno, durante las noches estrelladas y sin viento, los hombres tapaban las calas para que no fueran destruidas por la helada. Se turnaban para levantarse a revisar la cubierta cada hora, poniéndose el despertador uno a otro. Lo mismo pasaba en las noches de mucho viento. A veces nos teníamos que levantar nosotras también para ayudar.-“. El 12 de octubre de 1954 una tormenta furiosa les hizo perder la cosecha. La piedra había destrozado todo. “-Fue el año que se tomó la comunión Nina. Fue un día sábado. Las chapas de cartón quedaron agujereadas, las de zinc abolladas. Alrededor de la casa no había quedado nada. Hasta arrancó un sauce desde la raíz. Suerte que no cayó encima de la casa. Nos perdimos la venta de flores del “día de los muertos” y el “día de la madre “. Parecía que estábamos en el “infierno”. Al otro día, las piedras eran todavía grandes.”
La familia siempre se mantuvo unida. Los domingos, la quinta de Lucatelli se llenaba de familiares. Llegaban los italianos de Martínez y pasaban el día ¡comiendo asado!. Si, los gustos criollos fueron adoptados rápidamente. “-Vicente se levantaba a las cuatro de la mañana y se tomaba una pava entera de mate. Después, seguía compartiendo el ritual con Camerino y Pedro, que se levantaban a las cinco.-“, recuerda Nina, que en la actualidad tiene 60 años y cuatro hijos. “- Armábamos las mesas debajo de un ciruelo gigante que daba unos 200 kilos de fruta por año. Todas las familias llevaban un poco para hacer el dulce-“, agrega nostálgica. La visita de los Falcón y los Santeusanio era como un ritual.
El idioma no fue nunca un impedimento para que estos italianos pudieran integrarse a la población escobarense. “- Lo que pasa es que recién empezaron a familiarizarse con el castellano a partir de que los hijos empezaron a ir a la escuela. En la casa sólo se hablaba el italiano. Igual, ahora hablan igual que hace cuarenta años atrás”, rememora Nina.
Una rara mezcla de orgullo, nostalgia y angustia expresa “Minucha” al referirse al fin de los tiempos de la quinta. El ahorro de esos primeros diez años de trabajo inquebrantable fue invertido en un cambio de rubro comercial y de vida. “Nos fuimos del campo de Lucatelli y compramos el terreno donde se construyó la panadería “La Italiana”, donde fuimos a trabajar con los dos hermanos de Vicente, Gino y Silvio, que llegaron a Italia en 1959 junto a sus padres y Lina, la hermana menor y enfermera del campo de deportes de nuestro club durante largos años. En la actual 25 de mayo 1054 se encuentra ese comercio, uno de los más prestigiosos de Escobar, del que se retiró junto con su marido en 1990. “- Vicente ya tenía problemas en el corazón. Su salud empezaba a desmejorar y el médico le dijo que dejara de trabajar. De ahí en más, estuvo siempre en casa, pero iba para hacer los sandwiches de miga o para ayudar en los servicios de lunch. También le ayudaba a Domingo en el depósito de golosinas (“Golosinas Belén”) y en la verdulería (“El quincho)
-¿Se le cruzó por la cabeza volver a Italia?
“- La primera vez que volvimos a Italia fue en 1968. Yo tenía muchas ganas de viajar. Además, todavía estaba vivo mi papá. Reencontrarme con todo fue maravilloso. Fuimos con mi hermana Armida y su hijo menor, Nito.-“
“¿ Qué sensaciones le produjo ese retorno?
“-La situación había cambiado mucho. Parecía que no se había producido ninguna guerra. Toda mi familia se había acomodado. Estaban muy bien.”
-¿ Siguieron yendo después de ese viaje?-
“- Si, volvimos varias veces. Vicente hasta tenía la idea de vivir otra vez allá. Él amaba Italia, a pesar de que Argentina nos había dado todo lo que tenemos. Pero para mí significaba un nuevo desarraigo. Nos fuimos de Italia dejando a toda nuestra familia. Yo no estaba dispuesta a dejar definitivamente a mi familia en Argentina para volver a Italia. Además, las últimas veces que fuimos a Chietti, yo sentía que molestaba. Llegábamos en momentos en los que nuestros parientes trabajaban, entonces Vicente los ayudaba. Yo hacía la comida para todos y después estaba todo el día sin hacer nada. Ya conocíamos todo el país, así que viajar como turistas era solamente para gastar la plata. Ya no quería volver más.-“
-¿Sintieron los bajones económicos de la Argentina durante todo este tiempo?
“- No, siempre nos fue bien. La quinta nos permitió instalar la panadería y comprar la casa. Y después, la panadería fue nuestro sustento económico y el de dos familias más, las de Gino y Silvio.-” El secreto fue simple. “-Nosotros trabajábamos. Vicente se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana para organizar el trabajo de la panadería. Yo llegaba a las seis o a las siete y hacía los sandwiches. Gino y Silvio estaban en la cuadra amasando y cocinando el pan y las facturas, Nicoletta me ayudaba y nuestros hijos tuvieron, en ese lugar, su primer trabajo. No había forma de no ganar la plata si uno trabajaba todo el día-“.
Casada el 22 de diciembre de 1944 con Vicente Santeusanio, silencioso prócer del “Club Italiano”, Filomena Settimio disfruta, de una manera bastante particular, de la compañía de sus dos hijos, 6 nietos y 6 bisnietos. Lectora empedernida (hace unos días terminó “Caballo de Troya 5”), extraña las partidas de “chin-chón” con su esposo, en las que resultaba habitualmente ganadora. Pero le produce nostalgia la ausencia permanente de ese hombre que era el compañero de cada día, con el que compartió la dulce aventura de renacer en vida, después de que inclementes bombas intentaran terminar con sus esperanzas. El 14 de octubre de 2004 Vicente dejó este mundo. Seguramente, en el cielo, estará ocupado, preparando un nuevo proyecto de vida para recibir a los suyos.
¡Qué suerte que existan estas historias! ¡Qué suerte que sean muchas! Y, sinceramente, que placentero resulta poder escucharlas y narrarlas, para eternizarlas, porque siempre habrá personas en el mundo dispuestas a contar a sus hijos y nietos que antes, hubo otra historia. Una historia repleta de gente que no se escondió frente a la adversidad, que no claudicó ante la guerra más encarnizada de todos los tiempos y que se animó a dignificar su existencia, saliendo triunfadores en todos los aspectos de sus vidas. Alcanza con ver a la querida “Minucha”, habitante honoraria de la cocina de nuestra institución, rodeada de sus nietos, contando historias para que nunca se olviden.
PABLO SPERDUTI
“MINUCHA” SANTEUSANIO
Esposa de Vicente Santeusanio, junto a él representan a los pilares de la cocina del Club Italiano. Nació el 12 de enero de 1922, en Canossa Sannitta, en la provincia de Chietti, Italia. La guerra, que había arrasado el campo de su familia, fue la razón que la impulsó a dejar su tierra de origen. Las posibilidades de planear un futuro no se encontraban a disposición de cualquiera en la Italia de posguerra. “-Vicente llegó en el 1948. Fue a Martínez, lugar donde ya vivía uno de sus tíos, Antonio. Enseguida consiguió trabajo, en una empresa textil. A las pocas semanas, también se empleó en la pizzería de su tío, que estaba sobre la Avenida SantaFe. Allí trabajaba los fines de semana-“. Tanto esfuerzo y voluntad por curar la amarga herida producida por una guerra espantosa, tuvieron premio muy poco tiempo después. “- El 22 de diciembre de 1949 llegué a la Argentina con mi hija, “Nina”, que tenía tres años; María, hermana de Vicente, que tenía catorce, y “Mamonna”, la abuela de Vicente, que había mandado la plata para pagar los pasajes. Nos fue a buscar al puerto, en Buenos Aires”.
-¿ Qué recuerdos tiene de Italia?
“- Me acuerdo del trabajo que hacíamos en el campo. Se producía todo lo que la tierra era capaz de dar. Se cultivaban cereales, teníamos viñedos, frutas. También de la escuela, que estaba a un kilómetro de distancia de mi casa. Me gustaba mucho. A veces trabajaba tanto que no podía estudiar, entonces aprovechaba la caminata para leer las lecciones. Siempre me sacaba buenas notas. Pero mi papá, después de terminar cuarto grado, me dijo que no iba a ir más para trabajar la tierra”.
-¿ Fueron directamente a Escobar?
“- Después de pasar la noche en Martínez, vinimos a Escobar. Alquilábamos las quintas de flores que estaban frente a la empresa “Parke Davis”. Adelante estaba el campo de los japoneses, después venían los alemanes, y después la nuestra. Los campos eran de un italiano que se llamaba Zanelli. Vicente era socio de Guido Berardocco. El fenómeno del momento era el cultivo de calas, pero se cultivaban muchas flores, como rosas o claveles-“
-¿ Hasta cuándo estuvieron en ese lugar?
“- En 1952, después del nacimiento de mi segundo hijo, Domingo, nos fuimos de ahí. Alquilamos parte del campo de los Lucatelli, en la calle Mérmoz, a unas diez cuadras de la avenida San Martín. Al lado estaba el campo de Koike. Nos instalamos con mi hermana Armida y su marido, Camerino Lamaletto, y María con su esposo, Pedro Scenna.
-¿ Cómo era la casa?
“- Éramos seis adultos y 5 chicos, Nina, Alberto, Domingo, Camilo y Carlitos. La casa tenía dos dormitorios grandes, la galería y la cocina. El baño estaba a 20 metros de la casa, y enfrente estaba el pozo ,de donde sacábamos el agua, porque en la casa no había cañerías instaladas. Más tarde se agregó una “piecita” y se amplió la galería, donde nos reuníamos todos a comer. Los primeros tiempos fueron difíciles, porque las comodidades eran pocas. Pero nos arreglábamos bien-“.
Sabían que tenían que hacer sacrificios para superar la angustia del desarraigo y la violencia. Eran muchas personas en un lugar pequeño, conviviendo en cada momento del día. No era fácil. Además, en octubre de 1957 llegó desde Italia Lucía, otra hermana de Vicente. Y, unos meses después, arribaba Rosa, hermana de Camerino. ¡Qué despelote!. “- Las discusiones cotidianas eran inevitables. Había que cuidar a los chicos, que se peleaban, y siempre alguno “la ligaba” y otro que se la “llevaba de arriba”. El invierno complicaba las cosas. “- Hace mucho que no veo heladas como las que había antes. Salíamos al campo y pisábamos la “escarcha”. Además, comíamos en la galería, que sólo tenía rejas, era un lugar abierto. Había una mesa grande, pero no había reparo.”
El trabajo en la quinta de flores permitió acomodar la situación y volver a tener esperanzas en el futuro. Pero también provocó grandes disgustos. “- En invierno, durante las noches estrelladas y sin viento, los hombres tapaban las calas para que no fueran destruidas por la helada. Se turnaban para levantarse a revisar la cubierta cada hora, poniéndose el despertador uno a otro. Lo mismo pasaba en las noches de mucho viento. A veces nos teníamos que levantar nosotras también para ayudar.-“. El 12 de octubre de 1954 una tormenta furiosa les hizo perder la cosecha. La piedra había destrozado todo. “-Fue el año que se tomó la comunión Nina. Fue un día sábado. Las chapas de cartón quedaron agujereadas, las de zinc abolladas. Alrededor de la casa no había quedado nada. Hasta arrancó un sauce desde la raíz. Suerte que no cayó encima de la casa. Nos perdimos la venta de flores del “día de los muertos” y el “día de la madre “. Parecía que estábamos en el “infierno”. Al otro día, las piedras eran todavía grandes.”
La familia siempre se mantuvo unida. Los domingos, la quinta de Lucatelli se llenaba de familiares. Llegaban los italianos de Martínez y pasaban el día ¡comiendo asado!. Si, los gustos criollos fueron adoptados rápidamente. “-Vicente se levantaba a las cuatro de la mañana y se tomaba una pava entera de mate. Después, seguía compartiendo el ritual con Camerino y Pedro, que se levantaban a las cinco.-“, recuerda Nina, que en la actualidad tiene 60 años y cuatro hijos. “- Armábamos las mesas debajo de un ciruelo gigante que daba unos 200 kilos de fruta por año. Todas las familias llevaban un poco para hacer el dulce-“, agrega nostálgica. La visita de los Falcón y los Santeusanio era como un ritual.
El idioma no fue nunca un impedimento para que estos italianos pudieran integrarse a la población escobarense. “- Lo que pasa es que recién empezaron a familiarizarse con el castellano a partir de que los hijos empezaron a ir a la escuela. En la casa sólo se hablaba el italiano. Igual, ahora hablan igual que hace cuarenta años atrás”, rememora Nina.
Una rara mezcla de orgullo, nostalgia y angustia expresa “Minucha” al referirse al fin de los tiempos de la quinta. El ahorro de esos primeros diez años de trabajo inquebrantable fue invertido en un cambio de rubro comercial y de vida. “Nos fuimos del campo de Lucatelli y compramos el terreno donde se construyó la panadería “La Italiana”, donde fuimos a trabajar con los dos hermanos de Vicente, Gino y Silvio, que llegaron a Italia en 1959 junto a sus padres y Lina, la hermana menor y enfermera del campo de deportes de nuestro club durante largos años. En la actual 25 de mayo 1054 se encuentra ese comercio, uno de los más prestigiosos de Escobar, del que se retiró junto con su marido en 1990. “- Vicente ya tenía problemas en el corazón. Su salud empezaba a desmejorar y el médico le dijo que dejara de trabajar. De ahí en más, estuvo siempre en casa, pero iba para hacer los sandwiches de miga o para ayudar en los servicios de lunch. También le ayudaba a Domingo en el depósito de golosinas (“Golosinas Belén”) y en la verdulería (“El quincho)
-¿Se le cruzó por la cabeza volver a Italia?
“- La primera vez que volvimos a Italia fue en 1968. Yo tenía muchas ganas de viajar. Además, todavía estaba vivo mi papá. Reencontrarme con todo fue maravilloso. Fuimos con mi hermana Armida y su hijo menor, Nito.-“
“¿ Qué sensaciones le produjo ese retorno?
“-La situación había cambiado mucho. Parecía que no se había producido ninguna guerra. Toda mi familia se había acomodado. Estaban muy bien.”
-¿ Siguieron yendo después de ese viaje?-
“- Si, volvimos varias veces. Vicente hasta tenía la idea de vivir otra vez allá. Él amaba Italia, a pesar de que Argentina nos había dado todo lo que tenemos. Pero para mí significaba un nuevo desarraigo. Nos fuimos de Italia dejando a toda nuestra familia. Yo no estaba dispuesta a dejar definitivamente a mi familia en Argentina para volver a Italia. Además, las últimas veces que fuimos a Chietti, yo sentía que molestaba. Llegábamos en momentos en los que nuestros parientes trabajaban, entonces Vicente los ayudaba. Yo hacía la comida para todos y después estaba todo el día sin hacer nada. Ya conocíamos todo el país, así que viajar como turistas era solamente para gastar la plata. Ya no quería volver más.-“
-¿Sintieron los bajones económicos de la Argentina durante todo este tiempo?
“- No, siempre nos fue bien. La quinta nos permitió instalar la panadería y comprar la casa. Y después, la panadería fue nuestro sustento económico y el de dos familias más, las de Gino y Silvio.-” El secreto fue simple. “-Nosotros trabajábamos. Vicente se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana para organizar el trabajo de la panadería. Yo llegaba a las seis o a las siete y hacía los sandwiches. Gino y Silvio estaban en la cuadra amasando y cocinando el pan y las facturas, Nicoletta me ayudaba y nuestros hijos tuvieron, en ese lugar, su primer trabajo. No había forma de no ganar la plata si uno trabajaba todo el día-“.
Casada el 22 de diciembre de 1944 con Vicente Santeusanio, silencioso prócer del “Club Italiano”, Filomena Settimio disfruta, de una manera bastante particular, de la compañía de sus dos hijos, 6 nietos y 6 bisnietos. Lectora empedernida (hace unos días terminó “Caballo de Troya 5”), extraña las partidas de “chin-chón” con su esposo, en las que resultaba habitualmente ganadora. Pero le produce nostalgia la ausencia permanente de ese hombre que era el compañero de cada día, con el que compartió la dulce aventura de renacer en vida, después de que inclementes bombas intentaran terminar con sus esperanzas. El 14 de octubre de 2004 Vicente dejó este mundo. Seguramente, en el cielo, estará ocupado, preparando un nuevo proyecto de vida para recibir a los suyos.
¡Qué suerte que existan estas historias! ¡Qué suerte que sean muchas! Y, sinceramente, que placentero resulta poder escucharlas y narrarlas, para eternizarlas, porque siempre habrá personas en el mundo dispuestas a contar a sus hijos y nietos que antes, hubo otra historia. Una historia repleta de gente que no se escondió frente a la adversidad, que no claudicó ante la guerra más encarnizada de todos los tiempos y que se animó a dignificar su existencia, saliendo triunfadores en todos los aspectos de sus vidas. Alcanza con ver a la querida “Minucha”, habitante honoraria de la cocina de nuestra institución, rodeada de sus nietos, contando historias para que nunca se olviden.
PABLO SPERDUTI
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