Los temblores y la casa 23/08/07
Por Oscar Taffetani
(APE).- El raqueo es una ley del mar, antigua y cruel como otras muchas. La ley de raqueo autoriza a los habitantes de la costa (los que están en tierra firme) a disponer de los bienes de otros cuando ha sido el mar el que los trajo...
En las costas de América, particularmente en cercanía de restingas y arrecifes, había poblaciones que vivían de los naufragios ajenos. Sólo había que esperar noches de tormenta y faros que se apagaran, para pasar a recoger por la playa, al día siguiente, los restos de algún barco naufragado.
Con los terremotos, que vendrían a ser naufragios sin agua, en donde las casas y las personas desaparecen tragadas por la tierra, pasa lo mismo. Hay raqueros y saqueadores que aprovechan la oportunidad del temblor y las evacuaciones para hacerse de bienes ajenos.
Otro tanto ocurre con las inundaciones, con las erupciones volcánicas y las guerras, especialmente cuando hay pobreza, cuando hay ignorancia y desesperación.
Sarmiento se lamentaba, desde las páginas de El Mercurio, por el comportamiento de sus coprovincianos durante un temblor de tierra que había castigado a San Juan, mientras el vivía exiliado en Valparaíso. Un siglo después, al producirse el gran terremoto de 1944 en San Juan, el problema de los saqueos se repetía. Y volvió a repetirse en 1977, cuando un temblor destruyó Caucete.
Sumados a la catástrofe, ciertos hechos como la demora en dar ayuda a los damnificados, el desvío de donaciones internacionales y el fraude en la construcción y reconstrucción de las ciudades afectadas, terminan por convertir los azotes naturales en azotes políticos y azotes de la historia.
Actualmente, el grado de desarrollo humano de una comunidad -a falta de otros índices- podría medirse por la seguridad de sus construcciones urbanas, por la tasa de muertos, heridos y damnificados de un terremoto y también por el ritmo de recuperación y reconstrucción que tiene el país, una vez que la catástrofe ha pasado.
Las fallas en la defensa costera de Nueva Orleáns, la alta cuota de muertos y desaparecidos de la última inundación y la lentitud en la reconstrucción de su casco urbano, no son una muestra del potencial económico de los Estados Unidos, sino de la miopía de la dirigencia y de los extremos a los que pueden llegar el racismo y la inequidad social cuando son política de Estado.
Nueva Orleáns, una perla de la colonización francesa en América, había mantenido con hidalguía, hasta comenzado este siglo, su arquitectura, sus tradiciones, su impronta negra y sureña. Pero no pudo soportar las oleadas de corrupción. No pudo soportar el embate letal de la miseria planificada.
Catástrofes en tiempo real
Hoy en día, la creciente popularidad y masividad de los medios digitales, así como la ampliación de las redes satelitales y electrónicas, facilitan la llegada de imágenes "en tiempo real" de cada hecho político o natural considerado relevante por las agencias de noticias.
Los pueblos del Cinturón de Fuego del Pacífico o esas geografías del planeta cíclicamente sujetas al reacomodamiento de las capas tectónicas, sufren desde hace siglos los temblores, los tsunami y los terremotos.
Sin embargo, los últimos maremotos de Malasia, los últimos huracanes del Caribe y las últimas inundaciones en Europa (éstas, sin precedente) fueron más registradas por las cámaras y más vistas en todo el mundo que las anteriores.
Antes de que los bomberos y socorristas llegaran a Pisco -ciudad arrasada por el último terremoto en Perú- ya estaban allí las cámaras satelitales y los equipos de prensa.
Ese alcance y esa velocidad que ahora tienen los medios obliga a los funcionarios y dirigentes políticos a dar respuestas más rápidas. No respuestas al problema -aclaremos- sino respuestas a la prensa.
A pocas horas de los fatídicos tres minutos y medio que acabaron con Pisco, el presidente peruano Alan García salió a decir con voz grave que "nadie morirá de sed ni de hambre, eso lo garantizamos".
Sin embargo -como registraron abundantemente los cronistas- las 80 toneladas de alimentos que el Estado peruano dijo haber distribuido, no estaban a la vista. Y lo único que se oía, en la escena del desastre, era el recamo de miles de personas desesperadas, que no habían terminado de hallar a sus seres queridos bajo los escombros cuando ya debían ocuparse de su propia supervivencia.
Dos días después, con ritmo más mediático que político, Alan García volvió a convocar a los medios para anunciar a los cuatro vientos el Plan de Reconstrucción de Pisco, un plan que dará empleo temporario, dijo, nada menos que a ocho mil damnificados. “El espíritu vencerá siempre a la materia -dijo García-. Y si la geografía se opone a nosotros, sabremos vencerla con fuerza de voluntad y tenacidad”,
Que el presidente de un país andino; de un país que en tiempos de los Incas fue capaz de construir ciudades de piedra que resistieron el paso de los siglos; de un país que supo cultivar en las laderas de los cerros esas mazorcas y esos chuños que alimentaron a millones, nos venga a decir en el siglo XXI que la geografía "se opone" a los peruanos, es inaceptable.
A Ernesto Cardenal, poeta nicaragüense, le bastó un verso para pintarlo y para explicarlo: "Los constructores de Machu Picchu, en casas de cartón y latas de avena Quaker..." Ahí está todo dicho.
Porque el gran problema del sur de América es la marginación y la continua expulsión de sus pueblos originarios. Es la pobreza de millones, achicando el futuro. Es la injusta distribución de la tierra y de las riquezas naturales. Hay verdades que se sostienen a pesar de los temblores. Verdades como piedras, con las que el pueblo peruano y los otros pueblos de esta América deberemos construir, tarde o temprano, nuestra casa. Nuestra verdadera y definitiva casa.
Edicion de www.pelotadetrapo.org.ar del 23/08/07
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